Lecturas: "Tres destellos blancos" |
Parece que está pasando totalmente desapercibido un título que ha llegado a las librerías en total silencio. Bruno Le Floc'h rubrica con su segundo álbum, Tres destellos blancos, una bella historia de valor, amor y amistad en un escenario indomable.
Tres destellos blancos
Bruno Le Floc'h
Ponent Mon
Es la primavera de 1911 y el clima no podía ser un reflejo más fiel a la acogida que le concede el anónimo pueblo bretón al recién llegado ingeniero parisino. La indiferencia de quienes apenas siquiera hablan su lengua, duras palabras de desaprobación y largas caras es lo que se encuentra el joven que acaba de instalarse. Su misión: dirigir el proyecto de construcción de un faro que, en definitiva, servirá como ayuda a los marineros que tan poco amablemente le han recibido y que incluso rechazan, en primera instancia, ayudarle en el trabajo. No obstante, este primer escollo no será el único, pues se sumarán enseguida las adversidades de un mar embravecido que no concede más tregua que 20 días al año para poder acercarse y trabajar con seguridad en el pequeño islote donde se yerguerá el faro. La paciente tenacidad, no la resignación, se premiará como una virtud. Tres destellos blancos cada doce segundos será la señal que emitirá esta gran estructura; será la señal de la llegada de la civilización a un pueblo receloso y aferrado a sus costumbres marinas.
Tres destellos blancos remite a la verdadera construcción del faro de Armen, que tuvo lugar entre 1867 y 1881. Un episodio marcado por la tragedia y la constante lucha de unos hombres que desafiaron con las pocas herramientas a su alcance los implacables antojos de un mar atroz y juguetón. Este álbum es el rendido homenaje que hace Bruno Le Floc'h a unas gentes entregadas al trabajo y a sus familias y que le sirvió para conseguir el premio René Goscinny en 2004, el cual se concede al mejor debut.
El autor nacido en Pont l'Abbé tenía a sus espaldas, antes de firmar este álbum, una larga trayectoria en el campo de la animación. La lectura de la obra de Hugo Pratt lo llevaría a embarcarse en la aventura de la BD, fiel al movimiento de la línea clara y al espíritu libre del artista italiano. Sobrio tanto en el dibujo como en la economía de los diálogos, al servicio de historias nada atrevidas pero cautivadoras, trágicas y sentimentales, que abrazan como la fría y espesa brisa marina. Le Floc'h firma un guión sutil y sin digresiones que puede pecar en algunos momentos de simplista o previsible, defectos comprensiblemente achacables a la ingenuidad del debutante. También incorpora una dimensión sentimental que la obra no necesitaba. No obstante, sabe cómo no caer en lo pusilánime y los clichés, y nos presenta una historia que basa su atractivo en lo extraordinario de la sencillez. Avaro en detalles y profuso en las elipsis, marca un ritmo de lectura tranquilo y pausado que nos va atrapando paulatinamente en los límites del pueblo bretón.
La luminosidad y unos colores, como la historia, nada abigarrados nos recuerdan que estamos ante un nuevo ejemplo de la reivindicada línea clara que está teniendo lugar en los últimos años. Hugo Pratt es el claro referente, aunque también hay que recordar un ejemplo más cercano como Pere Joan. Una paleta delicada y limpia aporta una luz cálida para recrear con sumo cuidado paisajes, costumbres y escenarios estudiados hasta el mínimo detalle, en un ejercicio de eficacia sublime. Algunas composiciones evocan a los óleos de Jean-Julien Lemordant en su representación de las costas y los pueblos pesqueros normandos, de las partidas a alta mar y las despedidas llenas de esperanza.
Bruno Le Floc'h es bretón y su pasión por la mar (permitidme la licencia poética) y su tierra natal la transmite con cariño y profundo respeto, en la tradición de los textos y las piezas de François-Marie Luzel o Anatole Le Braz, y el amor que profesa por su pueblo lo lleva a reflejar esta región como un territorio habitado por héroes cotidianos. Ya en su anterior álbum, Au bord du monde, sacó a relucir lo que se ha convertido en el tema preferido a la hora de ambientar sus relatos. El pueblo bretón es el gran protagonista en sus páginas. La relación entre sus hombres y la mar es aquélla en la que la segunda proporciona sustento pero al momento arrebata la vida de los seres queridos del primero. La mar es dueña del destino de todo un pueblo, es cruel y despiadada, pero a la vez también es benévola. Salomónica como ninguna otra fuerza de la naturaleza, lo que da por un lado lo quita por otro. El bretón, por su parte, rudo y testarudo, combate la furia de quien azota sus costas en los días de tormenta. Sus días pasan al son que marca las caprichosas mareas y el clima. Este pueblo eterniza una lucha contra los elementos que bien sabe que no podrá ganar nunca, pero con la cual en sus breves y diarias victorias obtendrá el bendito premio de una vida reconfortante y feliz, alimentada a base de la amistad forjada en alta mar y disfrutada en el calor del hogar.
La poesía de lo cotidiano es el gran aval de un álbum que recoge el afán de superación que contagia un pueblo a un joven ingeniero de ciudad. El aire salino parece llenarle los pulmones de vigoroso valor. No importan las adversidades climáticas, ni tampoco la torpe burocracia para la que trabaja. Su meta es construir un faro en un terreno inhóspito y abrupto y así lo conseguirá. Y mientras tanto, se transforma en un auténtico bretón, no sólo por el ferviente enfrentamiento contra las idas y venidas de un mar indomable, sino por el afectuoso acogimiento de las gentes del pueblo. Tres destellos blancos es la historia del burgués que se torna marino, de su liberación. La historia de la derrota de la máquina civilizadora y colonialista ante las arraigadas tradiciones, la fraternidad y el coraje de la comunidad pesquera.
Páginas interiores:
Tres destellos blancos
Bruno Le Floc'h
Ponent Mon
Es la primavera de 1911 y el clima no podía ser un reflejo más fiel a la acogida que le concede el anónimo pueblo bretón al recién llegado ingeniero parisino. La indiferencia de quienes apenas siquiera hablan su lengua, duras palabras de desaprobación y largas caras es lo que se encuentra el joven que acaba de instalarse. Su misión: dirigir el proyecto de construcción de un faro que, en definitiva, servirá como ayuda a los marineros que tan poco amablemente le han recibido y que incluso rechazan, en primera instancia, ayudarle en el trabajo. No obstante, este primer escollo no será el único, pues se sumarán enseguida las adversidades de un mar embravecido que no concede más tregua que 20 días al año para poder acercarse y trabajar con seguridad en el pequeño islote donde se yerguerá el faro. La paciente tenacidad, no la resignación, se premiará como una virtud. Tres destellos blancos cada doce segundos será la señal que emitirá esta gran estructura; será la señal de la llegada de la civilización a un pueblo receloso y aferrado a sus costumbres marinas.
Tres destellos blancos remite a la verdadera construcción del faro de Armen, que tuvo lugar entre 1867 y 1881. Un episodio marcado por la tragedia y la constante lucha de unos hombres que desafiaron con las pocas herramientas a su alcance los implacables antojos de un mar atroz y juguetón. Este álbum es el rendido homenaje que hace Bruno Le Floc'h a unas gentes entregadas al trabajo y a sus familias y que le sirvió para conseguir el premio René Goscinny en 2004, el cual se concede al mejor debut.
El autor nacido en Pont l'Abbé tenía a sus espaldas, antes de firmar este álbum, una larga trayectoria en el campo de la animación. La lectura de la obra de Hugo Pratt lo llevaría a embarcarse en la aventura de la BD, fiel al movimiento de la línea clara y al espíritu libre del artista italiano. Sobrio tanto en el dibujo como en la economía de los diálogos, al servicio de historias nada atrevidas pero cautivadoras, trágicas y sentimentales, que abrazan como la fría y espesa brisa marina. Le Floc'h firma un guión sutil y sin digresiones que puede pecar en algunos momentos de simplista o previsible, defectos comprensiblemente achacables a la ingenuidad del debutante. También incorpora una dimensión sentimental que la obra no necesitaba. No obstante, sabe cómo no caer en lo pusilánime y los clichés, y nos presenta una historia que basa su atractivo en lo extraordinario de la sencillez. Avaro en detalles y profuso en las elipsis, marca un ritmo de lectura tranquilo y pausado que nos va atrapando paulatinamente en los límites del pueblo bretón.
La luminosidad y unos colores, como la historia, nada abigarrados nos recuerdan que estamos ante un nuevo ejemplo de la reivindicada línea clara que está teniendo lugar en los últimos años. Hugo Pratt es el claro referente, aunque también hay que recordar un ejemplo más cercano como Pere Joan. Una paleta delicada y limpia aporta una luz cálida para recrear con sumo cuidado paisajes, costumbres y escenarios estudiados hasta el mínimo detalle, en un ejercicio de eficacia sublime. Algunas composiciones evocan a los óleos de Jean-Julien Lemordant en su representación de las costas y los pueblos pesqueros normandos, de las partidas a alta mar y las despedidas llenas de esperanza.
Bruno Le Floc'h es bretón y su pasión por la mar (permitidme la licencia poética) y su tierra natal la transmite con cariño y profundo respeto, en la tradición de los textos y las piezas de François-Marie Luzel o Anatole Le Braz, y el amor que profesa por su pueblo lo lleva a reflejar esta región como un territorio habitado por héroes cotidianos. Ya en su anterior álbum, Au bord du monde, sacó a relucir lo que se ha convertido en el tema preferido a la hora de ambientar sus relatos. El pueblo bretón es el gran protagonista en sus páginas. La relación entre sus hombres y la mar es aquélla en la que la segunda proporciona sustento pero al momento arrebata la vida de los seres queridos del primero. La mar es dueña del destino de todo un pueblo, es cruel y despiadada, pero a la vez también es benévola. Salomónica como ninguna otra fuerza de la naturaleza, lo que da por un lado lo quita por otro. El bretón, por su parte, rudo y testarudo, combate la furia de quien azota sus costas en los días de tormenta. Sus días pasan al son que marca las caprichosas mareas y el clima. Este pueblo eterniza una lucha contra los elementos que bien sabe que no podrá ganar nunca, pero con la cual en sus breves y diarias victorias obtendrá el bendito premio de una vida reconfortante y feliz, alimentada a base de la amistad forjada en alta mar y disfrutada en el calor del hogar.
La poesía de lo cotidiano es el gran aval de un álbum que recoge el afán de superación que contagia un pueblo a un joven ingeniero de ciudad. El aire salino parece llenarle los pulmones de vigoroso valor. No importan las adversidades climáticas, ni tampoco la torpe burocracia para la que trabaja. Su meta es construir un faro en un terreno inhóspito y abrupto y así lo conseguirá. Y mientras tanto, se transforma en un auténtico bretón, no sólo por el ferviente enfrentamiento contra las idas y venidas de un mar indomable, sino por el afectuoso acogimiento de las gentes del pueblo. Tres destellos blancos es la historia del burgués que se torna marino, de su liberación. La historia de la derrota de la máquina civilizadora y colonialista ante las arraigadas tradiciones, la fraternidad y el coraje de la comunidad pesquera.
Páginas interiores:
Etiquetas: Lecturas
3 Comentarios:
Sólo he ojeado el tebeo por encima en la librería, pero el dibujo me ha recordado a Alex Varenne, pero más limpio, más luminoso. Pinta bien, muy bien.
Por Anónimo, a las 5:00 a. m.
A mi la verdad es que no me ha entusiasmado tanto como a tí. Tienes reseña en el DDT
http://blogs.ep3.es/ddt/2007/03/tres_destellos_.html
Por Álvaro Pons, a las 9:00 a. m.
Ya la leí, Álvaro, y ya comprobé que sobre gustos no hay nada escrito :)
A algunos quizá les recordará la típica película de sobremesa, pero a mí me ha parecido una buena BD que, dentro de su sencillez, aporta un aire fresco a tanta lectura pretenciosa.
Por tirafrutas, a las 9:32 a. m.
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